viernes, 8 de enero de 2010

A quién le importa la biodiversidad


Por: Eduardo Arias*
El 2010 ha sido declarado el Año Internacional de la Diversidad Biológica. La desaparición cada hora de tres especies tiene mucho más que ver con su vida cotidiana de lo que pueda imaginar.
Tiburones, especies en desaparición
Foto: Alkok - flickr
De los tiburones se extrae la escualina una sustancia con propiedades antibióticas y antifúngicas.

De acuerdo con el Informe Nacional sobre el Avance en el Conocimiento y la Información de la Biodiversidad, en Colombia se comercializan aproximadamente 150 especies de plantas medicinales y aromáticas, de las cuales el 41por ciento corresponde a especies nativas.

Sería imposible enumerar aquí los beneficios que aportan especies silvestres de los bosques, praderas y mares. Estos son algunos ejemplos tomados al azar. Con la saliva del Monstruo de Gila, un lagarto muy venenoso y amenazado, se produjo uno de los medicamentos más importantes para combatir la diabetes tipo 2.

La guayaba contiene gran cantidad de licopeno, una sustancia con propiedades anticancerígenas. Muchas nueces, almendras, pistachos, macadamias y avellanas tienen un alto contenido de aceites específicos que reducen el riesgo de las enfermedades cardiovasculares. Las hojas de muchas especies forestales son ricas fuentes de xantofila, una sustancia que contribuye a optimizar la vista. Los ejemplos comprenden las hojas de Gnetum spp. y Andansonia digitata (baobab), que se utilizan como alimento en el África subsahariana, y Cnidoscolus acontifolius, en América Central.

Los océanos también guardan muchos tesoros para la ciencia médica. Denominados “máquinas asesinas” en documentales amarillistas, a los tiburones se les vende como una plaga que debe desaparecer de los mares del planeta. Sin embargo, estos peces cartilaginosos, además de cumplir un papel determinante en los ecosistemas marinos, proveen a la ciencia médica de la escualina, una sustancia con cualidades antibióticas y antifúngicas que también permite controlar el crecimiento de tumores cerebrales al inhibir la formación de nuevos vasos sanguíneos.

Y ya que estamos en los mares, vale la pena recordar que los moluscos de la familia Conidae producen un analgésico mil veces más fuerte que la morfina, de gran utilidad para aliviar el dolor en pacientes de cáncer y sida. La ziconotida, una variante sintética del veneno de un caracol de mar, también cumple funciones similares. Una compañía farmacéutica de Israel utiliza células urticantes de las medusas y las anémonas para aplicar anestesia y para inyectar insulina en diabéticos. También podría utilizarse en el caso del acné, las arrugas e incluso para tatuajes. Los cangrejos herradura producen un péptido que inhibe la replicación del virus de la Inmunodeficiencia Humana. Ensayos previos parecen apuntar a que es tan eficaz como la zidovudina, uno de los medicamentos más utilizados en la lucha contra el sida.

Y, sin embargo, muchos de esos servicios están amenazados. La degradación y destrucción de los ecosistemas pone en peligro de desaparición a muchas de estas especies benéficas a la salud humana. Expertos consideran que la desaparición de siete grupos de organismos podrían afectar la salud humana: osos, tiburones, caracoles, coníferas, cangrejos, primates y, sobre todo, anfibios, de los que está en peligro un tercio de las 6 mil especies conocidas y de las que ya se han extinguido más de 120 en las últimas décadas. Los anfibios, especies a las que un habitante promedio de la ciudad no le ve ninguna utilidad, son fuente de innumerables beneficios para la salud humana, algunos de ellos perdiodos para siempre como consecuencia de la exitinción de especies. Un caso muy revelador ocurrió en Australia, donde se extinguieron dos especies de rana (Rheobatrachus vitellinus y R. silus), los únicos anfibios capaces de alojar crías en el estómago. En unos estudios preliminares que se realizaron cuando aún no se habían extinguido se encontró en su sistema digestivo una sustancia que inhibe la secreción de ácido y peptina en dicho órgano, lo cual evita que digieran a sus vástagos. Pero la desaparición de ambas especies impidió indagar nuevos tratamientos contra la úlcera péptica en los seres humanos.

Los osos polares atrapados en diminutos bancos de hielo que se derriten han tenido gran visibilidad gracias al impacto mediático que ha recibido el calentamiento global. Estos animales tienen una gran capacidad de ganar y perder peso, es decir, pueden aportar calves para combatir la obesidad, una de las enfermedades que más aqueja al hombre contemporáneo. Sin embargo, están en serio peligro de extinción como consecuencia del cambio climático, y su pérdida, además de llenar de dolor a quienes son sensibles a las maravillas de la naturaleza, cerraría una puerta invaluable a la ciencia médica.

Por ese motivo, el deterioro de los ecosistemas es una tragedia que va más allá de la simple extinción de las especies. Cada especie que desaparece es el potencial portador de alguna sustancia benéfica para la salud humana. Y las cifras son alarmantes. Se calcula que cada hora desaparecen tres especies, 72 cada día.

Sin embargo, no resulta fácil vender la idea del valor de los ecosistemas. Muchas veces se pone en el otro fiel de la balanza el desarrollo, la agricultura intensiva, la minería, la industria, que ofrecen beneficios fáciles de medir en términos financieros y de cotizar en las bolsas de valores. En cambio, nadie sabe a ciencia cierta cuánto vale conservar en buen estado los ecosistemas naturales. ¿Cómo evaluar en términos económicos la importancia de las selvas tropicales o los arrecifes coralinos?

Porque no se trata únicamente de valorarlos por los productos que le ofrecen a la ciencia médica las especies animales y vegetales que allí habitan. Los ecosistemas de gran diversidad biológica, con sus complejas redes de interacciones entre los seres vivos, cumplen una función determinante en el control de plagas y de enfermedades. “En la última década ha habido muchos problemas de enfermedades emergentes (nuevas o ya controladas que resurgen), muchas provocadas por la pérdida de diversidad biológica”, manifestó el científico mexicano Gerardo Ceballos González, investigador del Instituto de Ecología de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Uno de los principales obstáculos con los que deben lidiar los defensores de la biodiversidad es el gran desconocimiento que tener la ciencia acerca de los servicios ambientales que le puede prestar la biodiversidad a la sociedad. Aún no se han podido validar desde la ciencia los efectos benéficos de centenares de productos a los que se les atribuyen propiedades curativas. De algunos de ellos las investigaciones farmacológicas y clínicas han demostrado su poder curativo. Pero aún no ha logrado fundamentar el valor farmacológico de buen parte de otros. En muchas ocasiones los poderes curativos de una planta o una raíz se basan en usos y tradiciones culturales que la ciencia no ha podido evaluar de manera convincente. En parte, porque haría falta realizar estudios que pueden tomar varios años, tal como ocurre con las drogas alopáticas. Y eso por no hablar de la gran cantidad de plantas de las que no se sabe nada. Se calcula que en el mundo existen unas 300 mil especies vegetales, de las cuales se han estudiado a lo sumo 3.000. Del resto no se sabe cuántos secretos que puedan beneficiar a los seres humanos secretos se escondan en sus hojas, tallos, raíces o semillas.

Por ese motivo la preservación de la biodiversidad en los continentes y mares es una tarea que va más allá del simple romanticismo. No olvidemos que el hombre sobrevivió durante varios milenios gracias a su habilidad para compenetrarse con el ambiente y ser parte de él. El siglo XXI, con sus enormes retos, ofrece la gran oportunidad de que las sociedades, sobre todo las occidentales, miren con más detenimiento y respeto la sabiduría ancestral y tradicional de los pueblos que han aprendido a convivir con los ecosistemas naturales. Pero también es necesario que los líderes políticos del mundo desarrollen estrategias para que la conservación de la biodiversidad no se limite a la labor de unos quijotes de quijotes o a la elaboración de un catálogo de buenas intenciones en las cumbres de presidentes del mundo, sino que sea una tarea a la que se le dediquen recursos y políticas serias y consistentes. No es oro todo lo que brilla y el futuro mismo de la humanidad depende de los destellos ocultos de su mayor tesoro: la biodiversidad.


Eduardo Arias


Biodiversidad es lo que somos


Publicado el 06-01-10

Proclamado por la ONU, 2010 es el Año Internacional de la Biodiversidad, una oportunidad única de apreciar nuestra riqueza natural, social y cultural. Pero el solo nombre de biodiversidad podría asustar a muchos ciudadanos. Hoy la palabra 'biodiversidad' es un poco más conocida que hace dos décadas cuando era un trabalenguas para la mayoría de los mortales.
Sin embargo, en nuestra vida cotidiana, los colombianos no siempre nos damos cuenta de la biodiversidad que nos rodea, porque nacimos, crecimos y vivimos en medio de ella.
Como sucede en otros campos, sólo somos conscientes de nuestra biodiversidad cuando nos hace falta. A veces porque viajamos a países de latitudes templadas en donde encontramos bellos paisajes, pero de una uniformidad y de una formalidad que nos sorprenden: grandes extensiones cubiertas de bosques formados por dos o tres especies de árboles, cuando no de una sola.
Nosotros somos todo lo contrario: paisajes ariscos, vegetación aparentemente desordenada (que se rige por el orden propio de la naturaleza, no por el orden humano), texturas que reflejan y muchas veces marcan nuestra manera de ser.
La caprichosa topografía nos permite pasar en corto tiempo de un ecosistema de alta montaña (como un bosque de niebla, un páramo y a veces un paisaje nevado) a un ecosistema de valle de clima caliente, con todo lo que implica en términos de temperatura, de humedad, de gente, de fauna y de vegetación.
Incluso nuestras zonas urbanas están rodeadas de biodiversidad. En los Cerros Orientales que le sirven de cabecera a Bogotá comienza el páramo más grande del mundo: el de Sumapaz. En medio de la ciudad existen algunos cientos de hectáreas de humedales que lograron escapar del buldócer de la urbanización. Y a pocos minutos de los límites de la ciudad, paisajes diferentes, otras temperaturas, nuevos olores, sensaciones y colores.
La ciudad de Armenia está cruzada por cañadas de exuberante vegetación. El Jardín Botánico de Pereira es una selva de guadua y otras especies. Manizales crece en territorio que todavía conserva parte de sus bosques de niebla y toda la dinámica de la 'lluvia horizontal'. Cali no se concibe sin los Farallones, ni Bucaramanga sin el cañón del Chicamocha, ni Medellín ni los paisas sin sus cerros tutelares. Esto para poner solamente algunos ejemplos de ciudades andinas. Porque en las ciudades del Caribe, o de la Orinoquia y la Amazonia, el mar y los ríos y la selva forman parte integral de las zonas urbanas de la respectiva región. Ni qué decir de las ciudades y pueblos de la Costa del Pacífico, donde a pesar de tantas décadas de deterioro ambiental, siguen mandando la parada los ríos y los aguaceros y la selva, cuando no los temblores y el mar.
Y uno ahí: alimentándose de lo que produce su región. Porque la biodiversidad también se come. La gastronomía también es expresión de la biodiversidad. Y en las zonas de Colombia en donde se materializa la razón por la cual la Constitución dice que somos una nación pluriétnica y multicultural.
El Año Internacional de la Biodiversidad concurre con el Bicentenario de la Independencia. Feliz coincidencia que me da la oportunidad de proponer que más bien hagamos de este año una permanente celebración de nuestra interdependencia con la biodiversidad.

wilcheschaux@etb.net.co

GUSTAVO WILCHES-CHAUX Consultor, Instituto Humboldt

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