Por: Eduardo Arias*
Foto: Alkok - flickr
De los tiburones se extrae la escualina una sustancia con propiedades antibióticas y antifúngicas.De acuerdo con el Informe Nacional sobre el Avance en el Conocimiento y la Información de la Biodiversidad, en Colombia se comercializan aproximadamente 150 especies de plantas medicinales y aromáticas, de las cuales el 41por ciento corresponde a especies nativas.
Sería imposible enumerar aquí los beneficios que aportan especies silvestres de los bosques, praderas y mares. Estos son algunos ejemplos tomados al azar. Con la saliva del Monstruo de Gila, un lagarto muy venenoso y amenazado, se produjo uno de los medicamentos más importantes para combatir la diabetes tipo 2.
La guayaba contiene gran cantidad de licopeno, una sustancia con propiedades anticancerígenas. Muchas nueces, almendras, pistachos, macadamias y avellanas tienen un alto contenido de aceites específicos que reducen el riesgo de las enfermedades cardiovasculares. Las hojas de muchas especies forestales son ricas fuentes de xantofila, una sustancia que contribuye a optimizar la vista. Los ejemplos comprenden las hojas de Gnetum spp. y Andansonia digitata (baobab), que se utilizan como alimento en el África subsahariana, y Cnidoscolus acontifolius, en América Central.
Los océanos también guardan muchos tesoros para la ciencia médica. Denominados “máquinas asesinas” en documentales amarillistas, a los tiburones se les vende como una plaga que debe desaparecer de los mares del planeta. Sin embargo, estos peces cartilaginosos, además de cumplir un papel determinante en los ecosistemas marinos, proveen a la ciencia médica de la escualina, una sustancia con cualidades antibióticas y antifúngicas que también permite controlar el crecimiento de tumores cerebrales al inhibir la formación de nuevos vasos sanguíneos.
Y ya que estamos en los mares, vale la pena recordar que los moluscos de la familia Conidae producen un analgésico mil veces más fuerte que la morfina, de gran utilidad para aliviar el dolor en pacientes de cáncer y sida. La ziconotida, una variante sintética del veneno de un caracol de mar, también cumple funciones similares. Una compañía farmacéutica de Israel utiliza células urticantes de las medusas y las anémonas para aplicar anestesia y para inyectar insulina en diabéticos. También podría utilizarse en el caso del acné, las arrugas e incluso para tatuajes. Los cangrejos herradura producen un péptido que inhibe la replicación del virus de la Inmunodeficiencia Humana. Ensayos previos parecen apuntar a que es tan eficaz como la zidovudina, uno de los medicamentos más utilizados en la lucha contra el sida.
Y, sin embargo, muchos de esos servicios están amenazados. La degradación y destrucción de los ecosistemas pone en peligro de desaparición a muchas de estas especies benéficas a la salud humana. Expertos consideran que la desaparición de siete grupos de organismos podrían afectar la salud humana: osos, tiburones, caracoles, coníferas, cangrejos, primates y, sobre todo, anfibios, de los que está en peligro un tercio de las 6 mil especies conocidas y de las que ya se han extinguido más de 120 en las últimas décadas. Los anfibios, especies a las que un habitante promedio de la ciudad no le ve ninguna utilidad, son fuente de innumerables beneficios para la salud humana, algunos de ellos perdiodos para siempre como consecuencia de la exitinción de especies. Un caso muy revelador ocurrió en Australia, donde se extinguieron dos especies de rana (Rheobatrachus vitellinus y R. silus), los únicos anfibios capaces de alojar crías en el estómago. En unos estudios preliminares que se realizaron cuando aún no se habían extinguido se encontró en su sistema digestivo una sustancia que inhibe la secreción de ácido y peptina en dicho órgano, lo cual evita que digieran a sus vástagos. Pero la desaparición de ambas especies impidió indagar nuevos tratamientos contra la úlcera péptica en los seres humanos.
Los osos polares atrapados en diminutos bancos de hielo que se derriten han tenido gran visibilidad gracias al impacto mediático que ha recibido el calentamiento global. Estos animales tienen una gran capacidad de ganar y perder peso, es decir, pueden aportar calves para combatir la obesidad, una de las enfermedades que más aqueja al hombre contemporáneo. Sin embargo, están en serio peligro de extinción como consecuencia del cambio climático, y su pérdida, además de llenar de dolor a quienes son sensibles a las maravillas de la naturaleza, cerraría una puerta invaluable a la ciencia médica.
Por ese motivo, el deterioro de los ecosistemas es una tragedia que va más allá de la simple extinción de las especies. Cada especie que desaparece es el potencial portador de alguna sustancia benéfica para la salud humana. Y las cifras son alarmantes. Se calcula que cada hora desaparecen tres especies, 72 cada día.
Sin embargo, no resulta fácil vender la idea del valor de los ecosistemas. Muchas veces se pone en el otro fiel de la balanza el desarrollo, la agricultura intensiva, la minería, la industria, que ofrecen beneficios fáciles de medir en términos financieros y de cotizar en las bolsas de valores. En cambio, nadie sabe a ciencia cierta cuánto vale conservar en buen estado los ecosistemas naturales. ¿Cómo evaluar en términos económicos la importancia de las selvas tropicales o los arrecifes coralinos?
Porque no se trata únicamente de valorarlos por los productos que le ofrecen a la ciencia médica las especies animales y vegetales que allí habitan. Los ecosistemas de gran diversidad biológica, con sus complejas redes de interacciones entre los seres vivos, cumplen una función determinante en el control de plagas y de enfermedades. “En la última década ha habido muchos problemas de enfermedades emergentes (nuevas o ya controladas que resurgen), muchas provocadas por la pérdida de diversidad biológica”, manifestó el científico mexicano Gerardo Ceballos González, investigador del Instituto de Ecología de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Uno de los principales obstáculos con los que deben lidiar los defensores de la biodiversidad es el gran desconocimiento que tener la ciencia acerca de los servicios ambientales que le puede prestar la biodiversidad a la sociedad. Aún no se han podido validar desde la ciencia los efectos benéficos de centenares de productos a los que se les atribuyen propiedades curativas. De algunos de ellos las investigaciones farmacológicas y clínicas han demostrado su poder curativo. Pero aún no ha logrado fundamentar el valor farmacológico de buen parte de otros. En muchas ocasiones los poderes curativos de una planta o una raíz se basan en usos y tradiciones culturales que la ciencia no ha podido evaluar de manera convincente. En parte, porque haría falta realizar estudios que pueden tomar varios años, tal como ocurre con las drogas alopáticas. Y eso por no hablar de la gran cantidad de plantas de las que no se sabe nada. Se calcula que en el mundo existen unas 300 mil especies vegetales, de las cuales se han estudiado a lo sumo 3.000. Del resto no se sabe cuántos secretos que puedan beneficiar a los seres humanos secretos se escondan en sus hojas, tallos, raíces o semillas.
Por ese motivo la preservación de la biodiversidad en los continentes y mares es una tarea que va más allá del simple romanticismo. No olvidemos que el hombre sobrevivió durante varios milenios gracias a su habilidad para compenetrarse con el ambiente y ser parte de él. El siglo XXI, con sus enormes retos, ofrece la gran oportunidad de que las sociedades, sobre todo las occidentales, miren con más detenimiento y respeto la sabiduría ancestral y tradicional de los pueblos que han aprendido a convivir con los ecosistemas naturales. Pero también es necesario que los líderes políticos del mundo desarrollen estrategias para que la conservación de la biodiversidad no se limite a la labor de unos quijotes de quijotes o a la elaboración de un catálogo de buenas intenciones en las cumbres de presidentes del mundo, sino que sea una tarea a la que se le dediquen recursos y políticas serias y consistentes. No es oro todo lo que brilla y el futuro mismo de la humanidad depende de los destellos ocultos de su mayor tesoro: la biodiversidad.
Eduardo Arias